Por José Agapito Robles/Censura!

Una vez más, la narrativa de la presidenta municipal de Tepic, Geraldine Ponce Méndez, se repite como un eco cansado: “Vivir de manera segura y en familia”. Una frase que intenta dar consuelo, pero que se desmorona ante la crudeza del entorno que visita. Palabras que pretenden inspirar, pero que no logran esconder la pose, la búsqueda del encuadre perfecto, el intento por convencer con sonrisa congelada y frases ensayadas.

Este viernes, Geraldine viajó a Del Nayar, el municipio más pobre de Nayarit y de México. Ahí donde la marginación no se maquilla, donde la pobreza no es una estadística, sino una forma de vida impuesta por el abandono histórico del Estado mexicano. Pero ni eso detuvo el acto político cuidadosamente armado. Ella escribió:

«Desde el municipio de Del Nayar, participamos en la Mesa Regional para la Construcción de la Paz y Seguridad, donde cada semana trabajamos de manera coordinada para mantener seguras a las familias de Nayarit.”

En la misma publicación, presume acompañarse de otros ediles —según sus propias palabras— “el compromiso de seguir construyendo un Nayarit en paz”.

Pero la paz no se construye con discursos. No se decreta con fotografías. No se proclama en boletines ni se actúa solo frente a cámaras. En Del Nayar, las familias siguen esperando caminos dignos, atención médica, escuelas con lo mínimo, acceso a justicia, y un gobierno que mire sin filtros la desolación en la que viven.

Mientras Geraldine posa para la foto, la Sierra grita en silencio. Mientras se graba diciendo “compromiso”, los niños caminan horas para llegar a una escuela. Mientras se habla de “seguridad”, hay comunidades enteras que sobreviven entre el olvido, la violencia y la desnutrición.

El acto fue político. El mensaje, propagandístico. El fondo, una gran omisión.

Porque si de verdad hubiera compromiso, las visitas no serían esporádicas ni mediáticas. Serían constantes, incómodas y transformadoras. Pero para eso no basta con una gorra, ni con un celular en modo grabación. Hace falta voluntad real. Y esa, tristemente, aún no aparece.