«El final del sistema de los campos no se logra cuando, incluso bajo el más monstruoso terror, la población se torna voluntariamente coordinada, es decir, cuando abandona sus derechos políticos. El propósito de un sistema arbitrario es destruir los derechos civiles de toda la población, que en definitiva se torna tan fuera de la ley en su propio país como los apátridas y los que carecen de un hogar. La destrucción de los derechos del hombre, la muerte en el hombre de la persona jurídica, es un prerrequisito para dominarle enteramente. […].

El siguiente paso decisivo en la preparación de los cadáveres vivos es el asesinato de la persona moral en el hombre. Ellos se realiza en general haciendo imposible el martirio por primera vez en la historia. ¿Cuántas personas creen aquí todavía que una protesta ha tenido nunca una importancia histórica? Este escepticismo es la auténtica obra maestra de la SS, su gran realización. Han corrompido toda solidaridad humana. Aquí la noche ha caído sobre el futuro. Cuando ya no quedan testigos, no puede haber testimonio. Manifestarse cuando ya no puede ser pospuesta la muerte es un intento de dar a la muerte un significado, de actuar más allá de la propia muerte de uno. Para tener éxito, un gesto debe poseer un significado social […].

Los campos y el asesinato de los adversarios son solo parte de un olvido organizado que no solo alcanza a los portadores, sino que se extiende incluso a la familia y a los amigos de la víctima. Están prohibidos el dolor y el recuerdo […] los campos de concentración, tornando en sí misma anónima la muerte, la privaron de su significado como final de una vida realizada. Arrebataron al individuo su propia muerte, demostrando que nada le pertenecía y que él no pertenecía a nadie. Su muerte simplemente pone un sello sobre el hecho de que en realidad nunca existió […].

«(Pero) el terror totalitario obtuvo su más terrible triunfo cuando logró apartar a persona moral del escape individualista y hacer que las decisiones de la conciencia fueran absolutamente discutibles y equívocas. Cuando un hombre se enfrenta con la alternativa de traicionar y de matar a sus amigos o de enviar a la muerte a su mujer y a sus hijos, de los que es responsable en cualquier sentido; incluso el suicidio significaría la muerte inmediata de su propia familia, ¿cómo puedes decidir? La alternativa ya no se plantea entre el bien y el mal, sino entre el homicidio y el homicidio […] hacer el bien se torna profundamente imposible, la complicidad conscientemente organizada de todos los hombres en Los crímenes de los regímenes totalitarios se extiende a las víctimas y así se torna realmente total. Los hombres de la SS implicaron en sus crímenes a los internados en los campos -delincuentes, políticos y judíos- haciéndoles responsables de gran parte la administración, enfrentándoles de esta manera con el desesperanzador dilema enviar a sus amigos a la muerte o ayudar a matar a otros extraños, y en todo caso, obligándoles a comportarse como asesinos. Rousset tiene razón: la lección de los campos es la hermandad de la abyección».

Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo.